jueves, 17 de marzo de 2011

EL TEATRO ANTERIOR A 1936.



Panorama teatral español. Visión de conjunto.

Conviene recordar las particulares circunstancias que rodean al género teatral. Como espectáculo pesan sobre él unos condicionamientos comerciales muy fuertes: predominio de locales privados, cuyos empresarios han de tener en cuenta los gustos del público burgués que acude a sus salas.

Por ello es difícil representar obras que vayan más allá de la escasa capacidad de autocrítica del público burgués. Del mismo modo, hay reticencias ante las experiencias que se salen de las formas tradicionales:  las nuevas tendencias de renovación se suelen estrellar contra las barreras comerciales o el gusto establecido.

El desarrollo del teatro español durante el primer tercio de siglo ofrece una clara dicotomía.
Por una parte existe un teatro que triunfa continuador del que imperaba a finales del XIX (drama posromántico de Echegaray, “alta comedia”, costumbrismo...) En esta línea se sitúan:
ü La comedia burguesa: con Benavente y sus seguidores, en las que en ocasiones se aprecia atisbos de crítica social.
ü El teatro en verso: neorromántico, con aportaciones formales del Modernismo y orientación tradicionalista.
ü El teatro cómico en el que predomina el costumbrismo tradicional.

Por otra parte encontramos el  teatro que pretende innovar bien desde el punto de vista estético o bien adoptando nuevos enfoques ideológicos.
ü Experiencias teatrales de algunos escritores noventayochistas. Un caso especial es el de Valle-Inclán.
ü Impulsos renovadores de las vanguardias y de la generación del 27. La obra dramática de Lorca representa la cima de las inquietudes teatrales del momento.


1. El teatro que triunfa.

1.1.  La comedia de salón.

En la primera mitad del siglo XX se desarrolla un tipo de teatro que atrae al público en masa a las salas de representación. Este tipo de teatro está dirigido principalmente a las clases sociales acomodadas, es decir, la alta burguesía, y se convierte en la principal actividad de ocio de este período.

Jacinto Benavente (1866-1954) es el autor que mejor representa esta tendencia es, sin duda alguna, Jacinto Benavente. En 1894 publica El nido ajeno, obra en la que denuncia la situación de la sociedad burguesa. Los jóvenes intelectuales aplauden su carga crítica, sin embargo su representación fue un fracaso. Ante esta situación Benavente opta por aceptar los límites impuestos por el público y su tono crítico se atempera en sus siguientes obras. Suele introducir una cierta crítica o ironía con el fin de denunciar, de una manera muy cordial, los vicios o aspectos negativos de su sociedad. Precisamente esa crítica se dirige a las clases sociales que lo siguen: la aristocracia y la alta burguesía, aunque el tono suele ser superficial y raramente moralizador. Benavente consigue de este modo convertirse en el principal dramaturgo de su época a la vez que critica al público que le sigue, aunque sin ofenderlo.

Jacinto Benavente. Sorolla

La producción de Benavente es muy amplia (162 obras). En 1907 publica su obra más conocida, Los intereses creados. El argumento no está situado ni temporal ni espacialmente y recuerda al teatro clásico español. Cultivó también el drama de  ambientación rural en el que se sitúan dos de las obras principales de Benavente: Señora ama (1908) y La malquerida (1913), en las que continúa con la crítica social enmarcada, en este caso, en un pueblo. En la segunda década del siglo la fama de Benavente se ha consolidado, aunque la crítica joven le es hostil y le tildan de conservador y acomodaticio.

1.2.  Teatro en verso.

El teatro en verso combinaba elementos posrománticos con rasgos modernistas (verso sonoro, efectos coloristas...). Este teatro iba asociado a una ideología tradicionalista que responde a la crisis espiritual de la época exaltando los ideales nobiliarios y los grandes hechos del pasado (se eligen hazañas legendarias, personajes heroicos...). Dentro de esta tendencia teatral destacan autores como Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina.

 Los hermano Machado también cultivaron el teatro en verso aunque en ellos predomina el teatro carácter popular y folclórico, muy del gusto de la época (La Lola se va a los puertos). Estas obras suponen una curiosa pervivencia del teatro modernista y no contribuyeron a la renovación del teatro español ni al prestigio de los autores.

1.3.  Teatro cómico.

El teatro cómico alcanza éxito de público. En esta primera mitad del siglo XX se desarrolla un nuevo género teatral heredero de las tramas musicales de la zarzuela o género chico: el sainete, originalmente en un solo acto de carácter jocoso. Poco a poco, en el último tercio del siglo XIX, las obras de zarzuela fueron perdiendo la parte musical y, en ellas, la acción de los personajes fue ganando importancia. Autores como los hermanos Álvarez Quintero o Carlos Arniches contribuyeron a esta modificación y al éxito de un teatro cómico, popular y desenfadado.
Los hermanos Álvarez Quintero, sevillanos, son los principales representantes del costumbrismo teatral andaluz. Sus obras están llenas de tópicos: el andaluz es alegre y gracioso y reina la gracia salerosa. En esta Andalucía tópica no existen más problemas que los sentimentales e ignora la trágica realidad andaluza de principios de siglo. Entre su amplia producción destacan obras como El patio, El genio alegre y  Malvaloca.
Carlos Arniches. Comienza escribiendo libretos para zarzuelas y sainetes musicales, aunque poco a poco deriva hacia la creación de sainetes cómicos costumbristas. En ellos se centra en el Madrid de principios de siglo y en sus tipos (chulapos, chulapas...). Aparte de los sainetes, Arniches cultiva la tragedia grotesca, fusión de lo dramático y lo caricaturesco, lo risible y lo conmovedor. Estas obras siguen siendo cómicas, aunque ahora con un trasfondo serio o grave. La principal de sus tragicomedias grotescas y una de sus obras más importantes es La señoria de Trevélez .


2.        El teatro renovador.

Frente a lo visto anteriormente, es desolador comprobar el fracaso que acompañó a experiencias de indudable interés.

2.1.  Teatro de la generación del 98.

 Ente los autores del 98 destaca la labor de autores como Unamuno, Azorín y como autor destacado Valle-Inclán.

Miguel de Unamuno cultivó el teatro como cauce para explicar los conflictos que le obsesionaban. Por eso su teatro es un drama de ideas, con diálogos densos, personajes escasos y la acción es prácticamente inexistente. Entre sus obras destaca Fedra y El otro.

Antonio Azorín como Unamuno realizó experimentos teatrales a través de obras simbólicas  e irreales.
Tanto Azorín como Unamuno obtuvieron un éxito bastante discreto con su teatro, posiblemente porque no fueron bien entendidos.

Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) Entre los autores encuadrados en el 98, además de los ya vistos, destaca especialmente el teatro de Valle-Inclán. La originalidad del teatro de Valle no tiene parangón en nuestra literatura y sus intentos de renovación dan como fruto el descubrimiento de nuevos caminos expresivos. El expresionismo de sus argumentos lo lleva al desarrollo del esperpento, profusamente representado por algunas de sus mejores obras a partir de 1920.
 No es fácil la clasificación del teatro de Valle a causa de su variedad y complejidad.
El primer grupo de farsas supone la aparición de lo grotesco en la obra de Valle, que olvida todo lo bello del mundo para introducirse en un ambiente degradado y viciado. Esta tendencia se agudiza con la tragicomedia Divinas palabras. El protagonista es Laureaniño, un enano hidrocéfalo explotado hasta la muerte por su madre y tíos. En esta obra lo feo, deforme y desagradable toma carta de naturaleza en la producción de Valle.
 La trilogía Comedias bárbaras (formada por Cara de plata, Romance de lobos y Águila de blasón) es equiparable al ambiente rural gallego que aparece en Divinas palabras.
El tercer grupo está formado por los melodramas, dirigidos a la representación por medio de marionetas. El lenguaje es muy crudo y los argumentos se basan en sentimientos como la codicia, la lujuria y los celos. Los autos para siluetas son el paso previo a la gran creación de Valle: el esperpento.

(Los cuernos de don Friolera, prólogo.)
Comenzaré por decirle a usted que creo que hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire... [Esta última] es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de vista de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Ésta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esa manera. Cervantes también... También es la manera de Goya. Y esta consideración es la que me ha movido a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el nombre de esperpento.
(ABC, 7 de diciembre de 1928)

Por tanto, la técnica del esperpento consiste en deformar intencionadamente la realidad para mostrar de una manera más clara los aspectos más rechazables. El lenguaje se convierte en una mezcla de registros vulgares y de audaces metáforas. Luces de bohemia, dividida en quince escenas, supone la consolidación del esperpento. Narra la historia de Max Estrella, un poeta ciego que deambula durante veinticuatro horas por un Madrid injusto y mísero, cruel y violento. Acaba con la muerte del protagonista. Antes de morir, Max hace un recorrido a través de la vulgaridad y del dolor de las personas que le rodean, en un mundo antisocial caracterizado por la muerte.

2.2. El teatro de la segunda década del siglo XX.

Ramón Gómez de la Serna escribió piezas distantes de lo que se representaba en los escenarios y que en su mayoría se quedaron sin representar.

En la dramática de la generación destacan tres facetas: una depuración del “teatro poético”, la incorporación de elementos vanguardistas y el propósito de acercar el teatro al pueblo. Estas facetas confluyen en ocasiones en autores como Federico García Lorca.

Federico García Lorca, sin duda, es el mejor representante de la tendencia teatral de esta Generación, además de uno de los principales autores teatrales de la historia de nuestra literatura. Sus obras se siguen representando hoy en día con el mismo éxito que en los años treinta.
La evolución de la obra dramática de Lorca puede dividirse en tres momentos: los tanteos de los años 20,  la experiencia vanguardista de comienzos de los años 30 y la etapa de plenitud de sus últimos años.
a)      Primeras obras.
Comienza su trayectoria teatral con El maleficio de la mariposa (1920), obra que supuso un gran fracaso: una mariposa cae en un nido de cucarachas, donde un cucaracho se enamora de ella. Cuando se repone, la mariposa huye y el cucaracho queda triste y solo.
Lorca escribe  después varias farsas dirigidas a la representación con marionetas o guiñoles. En estas obras se observa la unión del teatro popular y del teatro poético.
Su primer éxito llegó con una obra diferente: María Pineda. Se trata de un drama en verso con influencia del teatro histórico modernista en la que Lorca se centra en la figura de la heroína que murió ajusticiada en 1931 en Granada por bordar una bandera liberal.  Fue estrenada en 1927 y gozó de un gran éxito.
b)      Obras vanguardistas.
Lorca sufre una doble crisis, vital y estética, que le hacen replantearse los fundamentos de su creación. En esta época el autor compone las obras que él mismo denominó “comedias difíciles”. Son obras complejas por la técnica surrealista que el autor utiliza en su desarrollo estructural y argumental: Así que pasen cinco años (1931) y El público (1933). En ellas el  autor huye de la realidad a través del subconsciente. Por supuesto, tardaron medio siglo en representarse.
c)      Época de plenitud.
Tras estas obras vanguardistas Lorca dio un giro decisivo hacia un estilo propio en el que aúna rigor estético y gusto popular. Son los años de “La Barraca”.
Las grandes obras de Lorca son sus tres tragedias rurales, centradas en el mundo femenino y en la condición de la mujer en la sociedad tradicional.  Se centran en un mundo rural apegado a las supersticiones, las costumbres ancestrales, las faenas de la tierra y la preocupación por “el qué dirán”.
Bodas de sangre (1933) narra el amor imposible por causas sociales.
Yerma (1934) se centra en la frustración por la maternidad insatisfecha de la protagonista.
En 1936, muy poco antes de morir asesinado, Lorca publica su gran obra maestra: La casa de Bernarda Alba. Inspirada en un suceso real (al igual que Bodas de sangre), retoma el conflicto entre la autoridad –representada por la madre: Bernarda Alba– y el ansia de libertad –representada por sus cinco hijas–. Toda la obra se desarrolla en un espacio cerrado y único: la casa familiar, que, simbólicamente, es la cárcel en la que viven las hijas de Bernarda. El código moral impuesto por la madre es la ley por la que se rige toda la familia. Ese código se basa en lo que está bien y en lo que está mal, por encima de la piedad o el amor. El conflicto se desencadena por el amor a Pepe el Romano, un personaje que no aparece físicamente en ningún momento en escena, aunque está presente durante todo el tiempo a causa de las continuas alusiones que hacen las hijas a él: se trata de una obra de mujeres, en la que el elemento masculino siempre está in absentia. Ante esta situación de insatisfacción, Adela, la hija menor, no encuentra otra solución que el suicidio.
Otros autores de la generación del 27, como Rafael Alberti o Miguel Hernández, también cultivaron el género dramático aunque sus obras no alcanzaron, el éxito de Lorca.


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